
Erase una vez un pianista famoso destrozado por la tristeza y la amargura del amor, su musa se había marchado, y sus sueños débiles ilusiones, caían sobre su piano como la lluvia. Y pasaba noches enteras frente a su teclado…dibujando la silueta de su amada en cada nota, anhelando su regreso en cada acorde.
Cierto día su piano no volvió a escucharse más y la ciudad extrañada acudió en su búsqueda y al entrar en la casa lo vieron ahí, destrozando su piano; así que alguien le pregunto la razón de su actuar y severo respondió:
―Amo tanto la música que de hoy en adelante me dedicare a escribirla y para ello construyo un escritorio con mi piano― soltó la herramienta que sostenía celosamente en su puño y agrego ―tanto me ama mi musa que ha logrado convertir mi música en palabras, para que aun en su distancia pueda oírme― Una gota cristalina rodo por su mejilla y cayó sobre el teclado con tal fuerza que logro un sonido triste y desafinado.
Desde aquel día el pianista ya no fue más famoso, y se convirtió en un loco que escribía sin cesar, escribía todo lo que jamás dijo, y murió de dolor porque escribir duele, duele más que la sangre derramada cuando se trata de buscar la mejor melodía del mundo.
“En la vida nunca seas como un pianista de vocación, pero si un pianista a medias porque la música no es moldeable y las palabras nunca pueden ser reemplazadas.”
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